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viernes, 30 de marzo de 2012

La clase (Laurent Cantet, 2008)

El oficio de profesor puede reportar grandes satisfacciones aunque con frecuencia resulta una profesión compleja, incierta y desconcertante si los propósitos se ven continuamente frustrados o las expectativas previas son situadas a un nivel en exceso alto. Cada vez son más las personas coincidentes en que la labor de transmisión de conocimiento y de formación académica debería, idealmente, tomar la formar de una relación entre iguales, pero son muchas las incoherencias e inseguridades que se plantean al docente partidario de establecer este modelo y a los alumnos que tratan de aceptarlo: se tornan difusas las pautas del respeto. Prueba de los riesgos de este acercamiento del docente al alumnado, de esta supresión de la clásica tarima que lo alzaba y proporcionaba una perspectiva de superioridad imponente, es el polémico debate suscitado en la actualidad en torno a la figura del profesor, figura cuyo valor se ha visto rebajado, empequeñecido hasta tal punto de ser cuestionada su autoridad por parte de los padres -llegando en algunos casos a las manos en defensa de los hijos- y de la necesidad de reconocer su relevancia social protegiendo institucionalmente su labor a través de iniciativas públicas.

No obstante su todavía defectuoso establecimiento, frente al cual se reflexiona con el fin de que pueda en un futuro desarrollarse adecuadamente paliando sus consecuencias negativas, la balanza se inclina hacia el modelo bidireccional de enseñanza: está más que cuestionado el modelo de enseñanza autoritaria, se ha establecido un consenso en torno a los aspectos negativos de este modelo de comunicación unidireccional y castrador, que no da cabida al intercambio de visiones ni por tanto al cuestionamiento y reflexión abierta de los alumnos respecto a los temas tratados. No podría esperarse de una enseñanza tal un posible enriquecimiento personal fruto de una retroalimentación fluida aunque guiada, atenta a la voz del profesor como fuente primaria de información y criterio argumentativo.

Esa comunicación dialógica es la que persigue François, profesor de lengua en un instituto francés, tutor de un grupo de adolescentes poco concienciados frente a la determinación futura que la formación puede tener en sus vidas, desmotivados respecto al sistema educativo y desconfiados frente a sus instructores. Puede considerarse por ello que en el centro de las disputas surgidas en la clase no reside un enfrentamiento entre profesor y alumnos, entre personas, sino un enfrentamiento entre predisposiciones. A partir de la consideración del concepto clave de predisposición como palanca  podría desarrollarse una asimilación interpretativa que aportara un marco de comprensión al conflicto. Dos palancas cuyo impulso es contrario.

No hablar de personas sino de predisposiciones implica observar al individuo como conjunto, concreción de un todo que lo condiciona; situarse un paso atrás, considerar el medio del que se procede, adoptar una visión social en la que el contexto primario formativo -a nivel familiar, geográfico, económico- sea un aspecto férreo a tener en cuenta. Somos sociales, no sujetos a la absoluta libre elección: ésta está condicionada, movida por múltiples hilos; su pureza no existe. No se trata de negar al completo lo personal, la parcela de individualidad esencial, sino de entender que esta independencia por la cual se deja de ser masa fácilmente influenciable se establece en la madurez, después de largo tiempo de prueba y tanteo de diversas personalidades y formas de vida, de conocimiento e inclinación hacia una actitud coherente con la posición que se ha de ocupar en el mundo. No es éste el caso de los adolescentes, quienes se encuentran en el cruce de arenas movedizas.

Observando a cada alumno de la clase podría intuirse el tipo de ambiente familiar del que procede, el valor que se otorga en él a la educación, si la situación económica laboral de los padres es proclive al fomento del estudio del hijo, si les permite prestar atención y tiempo a este aspecto... Cada actitud porta una huella, representa un contexto. Ahí reside la dificultad: François no se enfrenta a personas sino a realidades. La profundidad de campo de su objetivo se agranda, la perspectiva mediante la cual ha de plantearse la estrategia de cambio se alarga hacia adelante, tras la espalda del alumno que te mira de frente. Realidades que generan predisposiciones. La desesperación a la que François acaba cediendo es lógica: él no puede cambiar realidades, sólo puede reorientar las predisposiciones. Pero éstas continuarán ligadas a tales realidades, por lo tanto su estado líquido, de debilidad, permanece: pueden volver fácilmente a sus puestos, al arraigo previo. François observa de esta manera cómo los avances progresan y retroceden, continuamente, en una línea de inseguridad e incertidumbre que no corresponde a su esfuerzo.

Ese estado de tensión que en momentos críticos puede llegar al sinsentido y esa paciencia a punto de estallar bloqueada en la irresolución del conflicto entre ser cercano y ser respetado son transmitidos intensa y precisamente por la película. No narra, hace sentir. Directamente nos sumerge allí, asistimos no como espectadores sino como un alumno más: estamos dentro de la clase -la mayor presencia de planos cerrados que de generales ayuda a ello-, sentados en uno de los pupitres viviendo en primera persona la experiencia. Tanto es así que habrá momentos en que la identificación se sitúe más inclinada hacia François y otros más inclinada hacia los adolescentes, por la fuerza y eficacia con que se recrean las personalidades y actitudes, cada una de las cuales se defiende a sí misma para ser la elegida como espectatorial punto de vista.

Ello se logra con un inteligente uso del tiempo escena, recurso fundamental en el conjunto de la película: cada escena abarca un debate o conflicto surgido en clase, y tales discusiones se muestran al completo, de principio a fin sin interrupción, coincidiendo duración de la historia y duración del discurso; estamos allí, no sufrimos elipsis dirigidas a agilizar los hechos o resumir la acción eludiendo tal o cual componente; no hay guía, por tanto, estamos allí, no hay mediación, mano que recorte.

Respecto al espacio ha de destacarse su unicidad, el único escenario es el instituto y dentro de él predomina absolutamente la clase de François. El propio título original lo señala: Entre les murs. No traspasar las fronteras del recinto eludiendo qué ocurre más allá de ellas puede considerarse una invitación a reflexionar sobre lo que aquí se ha considerado concepto clave: las predisposiciones. Interrogarlas, forzar nuestra curiosidad hasta el qué motiva, qué los hace, de dónde y cómo vienen. Somos sociales.

Por establecer una analogía parece lógico que esta película nos remita a otra gran obra de la cinematografía francesa, par que refleja un fructífero interés por los contextos sociales que influyen en lo educativo: Hoy empieza todo (1999) de Bertrand Tavernier, si bien centrada en la educación infantil, apuesta por reflejar cómo el desarrollo del sistema de educación pública no debe circunscribrirse a profesorado y centros, sino abarcar las condiciones económico-sociales que sostienen a sus beneficiarios.



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