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viernes, 17 de febrero de 2012

Fin (Gabriela Martí, 1998)

Si resulta difícil en la práctica posicionarse a favor o en contra de algo tan crudo como la eutanasia, más lo resulta en este cortometraje dirigido por Gabriela Martí. Una de sus claves para la imposibilidad del posicionamiento es la más que probable ausencia de identificación por parte del espectador, al que se le brinda una disyuntiva tan radical como cada uno de los polos opuestos en los que divaga: ni uno ni otro atraen, ni uno ni otra está dotado de argumento convincente.

El primer polo es el de la vida mal vivida, el de la vida como imposibilidad: una anciana cuyas facultades físicas están al completo mermadas, no goza siquiera de la palabra, o eso intuimos visualmente ya que a la protagonista no se la observa vocalizar en ningún momento y Gabriela opta, además, por silenciar todo diálogo para confiar en la atmósfera agobiante proporcionada por la música: un ser humano absolutamente dependiente en lo relativo a las necesidades vitales básicas y prescindibles -pero en lo prescindible residen, justamente, los placeres de la vida, lo recreativo, lo que a un animal pareciera superfluo.

Este contraste entre una y otra forma de vida está ampliamente mostrado. Me refiero al montaje de la escena del parque, que contrapone unas imágenes con otras: a unos escalofriantes primeros planos de la anciana que rozan lo excesivo si se toma en cuenta el contenido de los mismos -el rostro demacrado mientras es alimentada por su hija, la torpe cuchara que contiene la papilla intentando acertar en la inmóvil boca-, sucede una serie de planos abiertos que ofrecen la agilidad de unos niños cuya independencia, pese a sus edades, es abismalmente superior a la de la anciana. Igualmente a la blanquecina papilla contrapone el bocata que come la hija, al que la madre mira y expresa mediante su único instrumento comunicativo, los ojos, un sentimiento de envidia. Un medio, la mirada, que poca gente lee. Encima.

El otro polo es el de la falsedad social, el reverso mezquino de la moral cristiana y el tembleque del concepto de familia como unidad fuente de apoyo y de refugio: la ignorancia de la dignidad de la persona, el pisoteo del derecho de elección, la comodidad egoísta de los que se toman la justicia por su mano, en este caso una hija cuyos cuidados hacia su madre sólo motiva la obligación vacía de voluntad. Aquí se nos presenta otra contradicción, entre práctica y legalidad: mientras la hija trapichea con el mejunje -en las narices de su víctima- se intercalan los planos de la mujer policía, en representación de la autoridad y señalando lo prohibido. Una autoridad distraída y zángana, me atrevo a ver en su figura.

La familia y la moral cristiana son atacados desde el principio. Formalmente el cortometraje recurre a una estética expresionista de tintes oníricos que no se queda atrás en lo que a crítica se refiere: la inclinación picada del plano general que nos muestra, al comienzo, a la familia alrededor de la cama de la anciana, no hace sino ridiculizar a cada uno de sus miembros, empequeñecerlos e inyectar desrealización a sus emociones, técnica que efizcamente consigue que sus expresiones de dolor resulten teatrales. La guinda de la burla la pone la oblea, la ostia, que la anciana escupe de su boca. Está viva.

La estética general es fría, con ciertas inclinaciones surrealistas que responden a su propia lógica y rompen abiertamente la ilusión de realidad: me refiero al camino que la hija emprende marcha atrás, arrastrando a su madre hacia el hospital. Ni siquiera es capaz de dejarle el ramo de flores, aquí esté quizás el mayor detalle irónico del corto, pues creemos al verlo que lo va a dejar en la mesilla de noche junto al cuerpo de su madre. Ni eso. En la pared un crucifijo y en la mesilla una virgen, la simbología que no falte.

El color constituye también un filtro cargado de sentido: excluyendo los fragmentos en blanco y negro, domina un tono verdoso, verde clínico, que ayuda a componer una atmósfera de fragilidad que indica que la armonía puede romperse de un momento a otro, que esto no es lo que aparece, que tras las buenas maneras pueden esconderse los más viles cálculos. Una estampa cínica.

Obra fugaz inolvidable que discurre por una narración esperpéntica e impactante para transmitir la complejidad de la moral cuando se enfrenta a un problema cuya resolución en uno u otro camino es dolorosa e incierta, cuya decantamiento a favor o en contra difícilmente aporta tranquilidad y certidumbre, seguridad en la elección tomada.

Fin constituye, en conjunto, la forma material del logro de un objetivo harto difícil de alcanzar: expresar una idea escurridiza mediante una historia concreta, reducción de lo indomable.