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jueves, 19 de abril de 2012

Caché (Michael Haneke, 2005)


Hay dos formas de dotar de fuerza prevalente a una línea argumental: por comunicación directa y reincidente, por agotamiento; o por comunicación mínima e indirecta, por reserva. Corpulencia o flaqueza, volumen o huella, ambas formas radicales. La primera se sienta frente a ti, la segunda insinúa y te tienta.

Un remitente

Caché circula mediante una corporeidad aparente. Caché está fuera de sí, es un remitente: la trama inmediata, la directamente visible, funciona como capa de distracción. El peso de la obra recae en lo ausente. Gira en torno a un tema que apenas refleja -un sentimiento colectivo-, supresión en lugar de apertura. Su título lo indica: caché, oculto. Parece ilógico, improbable, pero el resultado sin embargo es notablemente efectivo: el objetivo de apartar al problema a una posición subyacente es subrayarlo, aportarle un halo de reclamo hasta constituirlo en foco de atracción; dar cuenta de su relevancia silenciándolo, a través de un protagonista reacio a reconocerlo.

Unas cintas de vídeo son enviadas a George, un hombre culto y cómodamente posicionado en la sociedad parisina que dirige un programa televisivo de tertulia literaria. En ellas se observan los exteriores de su casa, coincidiendo con las entradas y salidas de George y de su mujer, Anne. Las cintas llegan envueltas en folios blancos, en los cuales aparecen extraños dibujos: un niño sangrando por la boca, un gallo degollado. Además son enviadas a otros espacios relacionados con la vida de George, como el colegio de su hijo o el medio de comunicación en el que trabaja. Los contenidos de las mismas evolucionan y parecen señalarle algo concreto: una de ellas graba el camino que lleva a la casa donde transcurrió la infancia de George, en la que aún permanece su madre. La llegada de esta cinta motivará una visita inmediata del protagonista a su progenitora.

Uno/a no presta especial atención a los dibujos, da la impresión de estar trazados aleatoriamente, con el único denomidador común de resultar desagradables; que intimide y medie la sangre. Sin embargo el niño y el gallo remiten a una historia acotada y precisa, cuyo conocimiento total nos es impedido en tanto su relato depende de la voluntad del protagonista, que actúa como filtro, un filtro bastante opaco: sólo a través de inconclusos fragmentos de las pesadillas de George y de su parco lenguaje hacia Anne accedemos a esta subtrama, la que funciona como base y sostén de la inmediata. El prefijo "sub" indica "debajo de", pero de ninguna manera debe ser interpretado como "secundario": la historia que George trata de ocultar es el óvulo del que emergen dos mellizos harto dispares, en tanto es la céntrica, en tanto media -adoptando la forma de ejemplo ilustrativo en un familia, de concreción individual- entre dos estados de la sociedad francesa: entre finales de la Guerra de Independencia de Argelia, el París del 17 de octubre de 1961, día en que tuvo lugar una brutal represión policial hacia una manifestación de argelinos, y entre la sociedad francesa de principios del nuevo milenio, profundamente avergonzada de portar tal suceso en su historia, inundada por un sentimiento colectivo de culpabilidad. Tan sólo una vez una voz -la del George, en el tramo final- invoca a la masacre, desprovista de imágenes. Como se apuntó, supresión en lugar de apertura, aunque presencia inevitable en tanto proveedora de influencia sobre el comportamiento del protagonista.

Un engranaje

Los padres de Majid fueron dos de los doscientos argelinos fallecidos, arrojados al río Sena. Majid es el hijo de los empleados en la casa de George. La relación entre ambos niños marca sus vidas, un suceso las determina para siempre: los padres de George deciden adoptar a Majid, pero George se siente celoso e incita a Majid a acometer un acto malvado -degollar al gallo- para provocar su expulsión a un orfanato. Hasta que George, al final de la película, no confiesa a Anne este suceso, Majid es un dibujo, sin referente real. Después Majid es el niño que escupía sangre, el niño hacia el que el médico de la familia no tuvo interés en observar, el niño que vivía en la casa de George y que fue echado por matar a un gallo para asustar a George, según la mentira emitida por George frente a sus padres.

Una vez más en narrativa una historia concreta funciona como engranaje. Engranaje entre dos estados de la sociedad francesa. ¿Por qué su ocultación? Porque George se siente culpable, pero de lo que él cree sentirse culpable no es más que es un mecanismo de negación, de alivio. No hay mayor evidencia de la culpa que la negación de la misma: George porta otra culpa, la culpa de toda una sociedad francesa, una culpa de la que necesita desprenderse, necesita materializarla y excusar en algo menor, achacar a la actitud egoísta de un niño. No es lógico que unos incontrolables celos infantiles generen un sentimiento tan desgarrador como para mantenerlo silenciado férreamente -se comprende que la responsabilidad de la expulsión de Majid fue de los padres de George, que no tendrían verdadero interés en acogerlo: a menudo los niños tienen comportamientos agresivos, el asesinato de un gallo no es un motivo de peso. Tal no puede ser el origen.

La irrealidad como actante

Las cintas de vídeo, por su parte, funcionan como vehículo: ellas guían a George hasta el reencuentro con Majid, le señalan la ruta y dónde reside. Unen, además, el pasado y el presente, el París de 1961 y el París de comienzos de milenio; Majid es el símbolo metonímico de todo un conjunto de argelinos.

A nivel diegético, por otro lado, se desarrolla una relación curiosa entre dos mundos, la diégesis contenida en las cintas y la diégesis que conforma la vida real de los protagonistas: una relación de espejo, de calco reproductivo, las cintas graban el mismo mundo que nos presenta la película: el autor de las cintas propone a George un ejercicio de externalización, le propone mirarse desde afuera, observar su realidad como un otro, como la observaría un voyerista, como la observa el espectador de la película. No son mundos dispares, pero pertenecen a distintas diégesis, distintos niveles de realidad son conjugados para transformar la realidad misma: la irrealidad trastoca la realidad, unas cintas de video sumergen la vida de Goerge, de Anne y de su hijo en una crisis que altera su aparente estructura orgánica.

La identidad pende de un hilo.